La inmigración marroquí y musulmana y el “islamización” de España
This essay was written in the Spring 2012 semester as part of the Islam and Spain: Past and Present course at New York University, which is now numbered SPAN-UA 9333 (formerly SPAN-UA 9950).
La relación entre España y Marruecos ha sido muy estrecha y compleja, debido a la proximidad de los dos países, su posición geográfica en la frontera entre Europa y África, y además la relación entre el cristianismo, judaísmo y el islam en la península ibérica y el norte de África. Desde la época de al-Andalus, las historias de España y Marruecos han sido entrelazadas: a lo largo de los siglos, el norte de África ha sido un punto de partida importantísimo para entrar en España. El flujo migratorio no ha sido unidireccional: después de la expulsión de los judíos en 1492 y los moriscos en 1609, una gran parte de los sefardíes y moriscos de España se movieron al norte de África. Al final del siglo XIX, hubo una gran migración de españoles al norte de África; en el año 1886, había 150.000 españoles en Marruecos (Bodega et al 800). La Guerra Civil Española empezó en Melilla y se extendió por el protectorado español en Marruecos antes de llegar a la península. En la actualidad, Ceuta y Melilla siguen siendo un asunto polémico entre España y Marruecos, no sólo por la disputa territorial sino también por ser el punto de entrada para los inmigrantes ilegales de Marruecos y de la África subsahariana.
En los últimos años, el tema de la inmigración se ha convertido en uno de los temas más controvertidos en todos los países desarrollados del mundo, y España no ha sido la excepción. España, tradicionalmente un emisor de emigrantes, ha dejado de serlo y ha empezado a ser un país receptor de inmigrantes, y con este hito ha venido un cambio en la actitud española en cuanto a la inmigración, especialmente la inmigración del norte de África.
En 1985, menos de 1.000 marroquíes fueron inscritos en la Comunidad de Madrid; en 1991, sólo 6 años después, había 6.000 marroquíes inscritos en ese año (López García 79). Aunque estos datos son sólo de la Comunidad de Madrid y no de toda España, se puede usarlos para ver que hubo un gran aumento en la cifra de inmigrantes marroquíes legales en España entre 1985 y 1991. En 1992, cuando hubo una regularización de inmigrantes ilegales, un total de 48.142 marroquíes fueron regularizados. Ya que en 1995 sólo había 16.665 residentes marroquíes en España, se puede ver la magnitud de la inmigración ilegal de esos años (López García 81). Otro dato significativo es que en los años sesenta, los judíos de clase media formaban gran parte de los marroquíes que emigraban a España; a partir de los años setenta, los inmigrantes empezaban a ser principalmente de la clase baja, moviéndose para conseguir trabajo (Pérez-Díaz et al 212).
La razón por la inmigración marroquí reciente en España es principalmente económica. En 1995, en el Informe sobre Desarrollo Humano de la ONU, España tuvo un índice de desarrollo humano de 0.916, mientras Marruecos tuvo un índice de sólo 0.429 (Bodega et al 800). Las condiciones económicas de Marruecos, unido a la abundancia de trabajo en ciertos sectores de la economía española, por ejemplo, en la construcción y la agricultura, han contribuido a la inmigración marroquí en España. A pesar de las nuevas reglas que entró en vigor en 1991 que mandaba que los marroquíes tuvieran visados para entrar en España, el flujo migratorio desde Marruecos no se ha detenido, sino ha aumentado.
Este aumento de inmigrantes de Marruecos ha conllevado consecuencias sociales y políticas. La consecuencia más obvia, y posiblemente más polémica, es la llamada “islamización” de España. Esta “islamización” no sólo es fenómeno de España, sino de toda Europa, y se refiere al número creciente de musulmanes en Europa, sean inmigrantes legales o no. Ésta ha conllevado un choque de culturas, no sólo el choque del mundo cristiano ante el mundo islámico, sino también un enfrentamiento entre una visión del mundo que da importancia a la ciencia y una que da importancia a la fe. Ha conllevado el miedo de que con la tasa de natalidad baja de Europa y la alta de los inmigrantes musulmanes, los musulmanes vayan a formar la mayoría de la población de Europa – por ejemplo, en España, las mujeres marroquíes tienen una tasa de fecundidad cinco veces de la de las mujeres españolas (Pérez-Díaz et al 217). Este choque de cultura y estos temores han resultado en una radicalización política y religiosa por parte de los elementos conservadores de ambos lados, los elementos islámicos y los de la derecha.
Se han sucedido por toda Europa eventos que reflejan esta fuerza motriz de radicalización: los atentados terroristas del 7 de julio de 2005 en Londres, que fueron realizados por islamistas británicos contra su propio país y no por elementos extranjeros, el asesinato público del político Pim Fortuyn y el cineasta Theo van Gogh en los Países Bajos por sus críticas del Islam, y los atentados de Noruega de 2011 por Anders Behring Breivik, un ultraderechista noruego y fundamentalista cristiano. Lo insidioso del proceso de radicalización es que no necesita más que el miedo mismo de la radicalización de la parte opositora para radicalizar a uno, y esto hace que la intensificación de este tipo de tensión sea insostenible.
En España, ha habido varios incidentes concretos por los que se puede entender la relación complicada entre la inmigración, el islam, y la “islamización” de España. Por ejemplo, en 2010, una discoteca de Murcia que se llamaba “La Meca” tuvo que cambiar su nombre después de una polémica y un ataque al sitio web del discoteca por un pirata informático islamista (“‘La Meca’ busca nuevo nombre”). También en 2010, un alumno musulmán de La Línea de la Concepción, una ciudad en la costa gaditana muy cerca a la costa mediterránea de Marruecos, denunció a su profesor de geografía por haber mencionado que el clima frío de Trevélez, en Granada, servía para curar jamón, ya que le resultó ofensivo (Espinosa).
En Vic (Cataluña), donde en 2005 más de 10% de la población ya era inmigrantes, mayoritariamente marroquíes, el Ayuntamiento aprobó impedir el empadronamiento de inmigrantes en situación irregular, aunque esta medida era ilegal según la Ley de Extranjería española (González 451, “Vic aprueba impedir el empadronamiento”). Poco después, el Ayuntamiento de Badalona, donde la población de inmigrantes también es principalmente de origen marroquí, intentó hacer lo mismo (Requena, Cañizares).
Recientemente, en Terrassa, el Departamento del Interior ha acusado a Abdeslam Laarusi, un imán marroquí, de “instar a ‘corregir’ a las mujeres con violencia” en sus sermones de los viernes, dándoles a sus fieles “ejemplos concretos de cómo se debería golpear a la mujer, cómo se la debería aislar en su domicilio conyugal y cómo se deberían negar las relaciones sexuales” (Playà, “Interior acusa a un imán”). Abdeslam Laarusi ya lleva 12 años en España y tiene cinco hijos, todos nacidos en España; es una figura conocida y respetada por la comunidad musulmana de Terrassa, y “ha trabajado siempre en favor de la convivencia” (Playà, “Enigma”). En respuesta a este suceso, Pilar Rahola, la periodista y ex-política que escribió, entre otros, el libro “La República Islámica de España,” escribió una carta abierta al imán en su columna en La Vanguardia: “Ha dicho también, en otro sermón, que nuestras leyes son contrarias al islam. Entonces, ¿por qué no se marcha corriendo de esta tierra infiel? … haga usted las maletas y corra raudo a vivir en esas tierras tan fantásticas, con esas mujeres esclavas, y esas prohibiciones terribles, y esas simpáticas lapidaciones” (Rahola). Este tipo de discurso es típico de la discusión implacable de la inmigración islámica en España y de la convivencia precaria actual.
Estos ejemplos nos muestran que a pesar de la larga y estrecha relación entre España y Marruecos y el mundo islámico, los españoles no se han acostumbrado a la idea de convivir con musulmanes y particularmente al gran número de éstos en sus propias comunidades – o, mejor dicho, cuánto más que se siente la presencia marroquí y musulmána, cuánto más violenta la reacción de ciertos sectores de la sociedad española. Es verdad que no todos los españoles creen que la responsabilidad de integración en la vida cívica española corresponde sólo a los musulmanes. Oriol Amorós, el secretario de Inmigración de la Generalitat de Catalunya, afirmó que “acostumbrados a una sociedad católica, hay aspectos como la libertad religiosa a los que todavía [a los españoles] nos cuesta mucho adaptarnos” (Ayllón). Sin embargo, el discurso público no centra casi nunca en el papel de los españoles en aceptar e integrar a los inmigrantes, sino en el papel de los inmigrantes musulmanes mismos en integrarse en la sociedad española.
¿Se puede decir que esta tendencia de inmigración marroquí es una “islamización” de verdad? O, por lo menos en España, ¿puede ser simplemente otro ciclo de la migración y aculturación que ha sucedido entre España y Marruecos a lo largo de los siglos?
A diferencia de los otros países europeos, España ha tenido mucha interrelación con el mundo islámico antes del fenómeno de la inmigración musulmana a Europa (o por lo menos Europa Occidental) de la segunda mitad del siglo XX. Mijares y Ramírez postulan que “unlike a good many European countries, in Spain issues related to the management of Islam have traditionally had little to do with immigration” (190). Este hecho en sí mismo nos exige que abordemos la cuestión de la inmigración marroquí actual en España de manera diferente de los demás países europeos: es verdad que la comunidad marroquí en España está creciendo muy rápidamente, pero no es el caso que la relación entre España y Marruecos, ni la relación entre España y el Islam, deba ser – o sea – definido por la inmigración marroquí reciente. Es preciso tener en cuenta que la relación español con el Islam ha durado siglos, y no ha sido una relación siempre amistosa.
España tiene una posición privilegiada en cuanto a la relación entre el mundo islámico y el mundo occidental. Claude Cahen sostiene que “examination of institutions in the Latin East shows fewer borrowings from the Muslim past and less social intermingling than in the Christian States of Sicily and Spain… where the West has acquired knowledge of Muslim civilization, it has done so mainly through Spain or Sicily and not through Western settlements in the East or Crusaders from the West” (“Crusades”). Es decir, el hecho de que los cristianos y los musulmanes convivían en España medieval en los siglos XI-XIII (es decir, al-Andalus) es la razón más importante por la que el mundo occidental tiene un entendimiento del mundo islámico, más que cualquier otro hecho o suceso. Es apenas el caso, entonces, que el flujo migratorio actual de inmigrantes marroquíes en España sea la primera “islamización” de España – España ya tiene una historia de convivencia entre los cristianos y musulmanes, de “islamización,” por decirlo así. (Se considera que el hecho de que España ha sido hace una vez parte del mundo islámico es una de las razones por la radicalización de islamistas en la España actual, pero no voy a abordar ese problema en este trabajo.)
Esto no quiere decir que esta convivencia siempre ha sido cordial. La Reconquista, por ejemplo, tuvo un carácter fundamentalista y agresivo, parecido a la política actual de los ultraderechistas europeos. Sin embargo, lo importante es que ha existido durante mucho tiempo.
Desde que empezó la Reconquista, los cristianos han tenido que abordar el problema de que vivían musulmanes entre los cristianos – y los musulmanes han tenido el problema de integrarse en la sociedad cristiana sin convirtirse en cristianos. En 1526, cuando Carlos V mandó que los moriscos de Aragón se convirtieran al cristianismo, la respuesta de los moriscos fue recluirse para no revelarse como musulmanes. Perry escribe que “Medieval Muslim laws described an idealized family that restricted wives to bearing children and caring for their families, but in the sixteenth century many Morisco women expanded their traditions and home and family to play key roles in a form of domestic resistance to Christian prohibitions” (73).
Este fortalecimiento de la determinación de mantener su religión resultó en respuestas cristiana más y más duras: “Christian authorities recognized the Morisco home as the primary place of resistance and the women as the most ‘obstinate’ in resisting Christianization. They instructed sheriffs to enter homes where they could observe possible transgressions, and they arrested and questions thousands of Morisco women about their cultural and religious practices” (73). Esta persecución intensificaba hasta la expulsión de los moriscos de España en 1609, cuando una gran parte de éstos se fueron al norte de África – otro testimonio de la migración bidireccional de personas de España a Marruecos y vice versa que ha sucedido a lo largo de mucho tiempo.
Perry también nota el paralelismo de la España de la Reconquista y la Inquisición con la inmigración e “islamización” de la España de hoy: “a split widens between the West and Islam as Western non-Muslims decry Muslims’ lack of assimilation, a situation that Daniela Flesler found in her research on Spanish attitudes towards contemporary Moroccan immigrants… sixteenth-century Christians’ determination to destroy this potentially lethal enemy appears very similar to Western policies against contemporary Muslims and their determination to resist” (76). Esta tendencia, por supuesto, es la misma tendencia que hoy se ve en la política europea sobre la inmigración musulmana.
Entonces, por lo menos en España, este fenómeno de inmigración marroquí y musulmán no es nada nuevo. No es una novedad, sino una continuación de una relación precaria milenaria que tiene raíces en la posición geográfica de España en la frontera entre el mundo occidental y el mundo islámico. Se puede decir que la dimensión europea, que hoy en día la inmigración musulmana se ha extendido por toda Europa, sí es una novedad – pero la novedad no es específicamente el resultado de la extensión de la inmigración musulmana a países europeos que tradicionalmente no ha sido receptores de inmigrantes musulmanes, sino la confluencia de varios factores como la movilidad geográfica y social de los siglos XX y XXI.
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